martes, 23 de abril de 2013

El medio oriente y el petroleo.


El petróleo es, por el momento, el motor del desarrollo de la economía mundial. No sólo es uno de los principales elementos de referencia para planificar la política económica de un país, sino el elemento principal para diagnosticar la salud del sistema económico capitalista tal y como hoy lo conocemos.
Desde que en 1908 se descubriese el primer yacimiento importante de petróleo en Irán, los países desarrollados, especialmente los EEUU, consideraron estratégicamente importante la creación de estados que fuesen leales y, al mismo tiempo, deudores en esa zona del mundo. Así, en 1922 se apoya la creación de Arabia Saudí y en 1961 se reconoce a Kuwait (que hasta ese momento había sido una provincia iraquí). Pero lo más importante viene después. La radicalización del Baas iraquí –que había derrocado a la monarquía con un golpe militar en 1963- tras la llegada de Sadam Husein al poder y su alianza con la Unión Soviética sembró la alarma de las potencias occidentales y en menos de cuatro meses (desde el 15 de agosto al 2 de diciembre de 1971) se reconoció a otros tres nuevos estados en la zona: Bahrein, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. En otras palabras: donde había petróleo se puso un emir o un rey y se reconoció a un país.
Pero los nuevos estados, conscientes de su poder, desatan la primera crisis del petróleo en 1973 y es en ese momento cuando se inician una serie de estudios sobre las reservas conocidas, dónde podría haber nuevos yacimientos y cuánto tiempo puede durar este combustible fósil que, como tal, es perecedero. Como consecuencia de estos estudios se considera hoy que hay reservas suficientes para garantizar la producción al mismo nivel que ahora, o incluso algo superior, durante 50 años aproximadamente. Por lo tanto, se puede decir que el petróleo es un recurso estratégico a medio y largo plazo.
Se da la circunstancia que las reservas que se conocen están, en sus dos terceras partes, en Oriente Medio. Según los datos del Stadistical Review of World Energy del año 2006, el último publicado por ahora, de unas reservas totales de 1’2 billones de barriles de petróleo Oriente Medio cuenta con el 61’9% y son dos países, Arabia Saudí e Irán, los que encabezan en ranking con el 22% y 11’5% de esas reservas, respectivamente. Es decir, que son dos países quienes poseen un tercio de las reservas mundiales de petróleo. Un dato que nos puede ayudar a comprender no sólo la importancia de conflictos como el de Iraq, sino las amenazas que se vienen vertiendo contra Irán.
Por el contrario, en todo el continente americano (norte y sur) las reservas probadas suponen sólo el 13’6% del total del planeta y de esa cantidad las tres cuartas partes se encuentran en Venezuela. Y por lo que respecta a Europa (especialmente Rusia y su zona asiática) el porcentaje se sitúa en el 11’7%.
Con estas cifras a nadie puede extrañar que Oriente Medio sea, desde la década de 1980, una zona de intervención imperialista. Quien diseñó esta estrategia es el hombre que hoy aparece como adalid de la paz en el mundo, el ex presidente estadounidense James Carter, curiosamente, Premio Nobel de la Paz. La excusa fue el triunfo de la revolución islámica en Irán, en 1979, que derrocó al régimen corrupto y brutal del Sha, un hombre que había sido calificado como “un pequeño imperialista local” y que contaba con el aval de occidente. Es algo que dice Cyrus Vance, quien fuese Secretario de Estado de EEUU (Ministro de Asuntos Exteriores) con Carter, en sus memorias: “Dentro de la nueva estrategia militar de los Estados Unidos, que se basaba en la experiencia de la derrota en Vietnam, los gobiernos de Nixon y Ford y con el apoyo de Kissinger insistieron en que el Sha de Irán garantizara la estabilidad y gobernabilidad en la región” (1).
La “Doctrina Carter” y la invasión de Irak
La “Doctrina Carter”, como se la conoce en el ámbito de las relaciones internacionales, establece, en síntesis, que las reservas de petróleo del Golfo Pérsico son de vital interés para los EEUU y, a partir del momento en que se puso en práctica esta doctrina, 1981, se justifica la intervención militar. Las palabras textuales de esta doctrina son las siguientes: “Cualquier intento de parte de otra fuerza ajena a los EEUU de obtener el control del Golfo Pérsico, será considerado como ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos y será rechazado por todos los medios necesarios, incluyendo los militares” (2).
Una decisión de política exterior de este calibre tenía que verse respaldada por un despliegue militar, y es así que se constituye la Fuerza de Despliegue Rápido, que actualmente se denomina Comando Central de los Estados Unidos, y que sirve al Ministerio de Defensa y el Pentágono para conducir todas las operaciones militares en Oriente Medio contando con bases aéreas en Bahrein, archipiélago Diego García (que arrienda a Gran Bretaña en el Océano Indico), Omán y Arabia Saudí.
Por lo tanto, no resulta novedoso el que las diferentes administraciones estadounidenses desde entonces (Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo) hayan convertido Oriente Medio en la prioridad de su política exterior y, en concreto, la región del Golfo Pérsico, de importancia estratégica para la principal potencia del capital mundial.
Es sabido que EEUU produce sólo el 40% del petróleo que consume y que el resto tiene que importarlo. Al mismo tiempo, sus existencias de gas están reduciéndose progresivamente y apenas tiene ya capacidad para generar nuevas reservas. Estas -junto al diseño neocolonial de Oriente Medio para convertir a Israel en la potencia central de la zona y lograr su reconocimiento definitivo por los estados árabes considerados moderados, es decir, aliados de los EEUU- fueron las razones por las que invadió Iraq en el año 2003.
Como consecuencia del embargo que sufría Iraq, impuesto por la ONU tras la invasión de Kuwait en 1990, el país árabe tenía su industria petrolera prácticamente en mínimos. Sin embargo, había logrado burlar algunas de esas sanciones y había establecido acuerdos y firmado contratos de extracción y futura explotación del petróleo con compañías rivales de las estadounidenses como la Total Fina Elf de Francia, la Lukoil de Rusia y la Corporación Nacional de Petróleo de China. Es decir, había “otras fuerzas” intentando obtener el control de uno de los países más ricos en reservas petrolíferas del Golfo Pérsico –“Doctrina Carter”- y eso fue considerado un ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos, por lo que se decidió invadir Iraq.
A través de esta acción, al margen de toda legalidad internacional, los EEUU se aseguraban el control del petróleo iraquí. Uno de los datos poco conocidos es que durante los bombardeos que iniciaron la invasión el único ministerio que no fue afectado por las bombas fue, precisamente, el de Petróleo. El otro, ya más conocido, fue que una de las primeras medidas del procónsul Paul Bremer fue desconocer los contratos firmados por el gobierno de Sadam Husein con las compañías antes mencionadas.
La estrategia estadounidense era doble. Por una parte, normalizar la producción petrolífera y facilitar la salida de Iraq de la OPEP lo que llevaría, a medio plazo, a un flujo de petróleo más barato y seguro al mercado al rebajar considerablemente el precio del barril hasta los 20 dólares. Por otra, en el caso de no lograr normalizar la producción a corto plazo, como así ha ocurrido, se mantendría a Iraq dentro de la OPEP pero reforzando siempre las posturas “moderadas” de Arabia Saudí y, al mismo tiempo, amenazando con incrementar la producción cuando fuese posible (el actual ministro del Petróleo de Iraq, el colaboracionista Hussein al-Sharistani, ha dicho que el objetivo a medio plazo es poner en el mercado más de 4 millones de barriles diarios, para llegar en el 2012 a los 6 millones) para lograr que el precio del barril no superase los 30 dólares y otorgando el control de los principales campos petrolíferos de Iraq a las multinacionales estadounidenses y británicas, principalmente (3). En ambos casos, los EEUU serían vistos no ya como una potencia imperial violatoria del derecho internacional sino una potencia hegemónica, sí, pero “benigna” al lograr moderar los precios del barril de petróleo e impedir una recesión económica a nivel mundial.
Reforzar a Arabia Saudí…
A cinco años de la invasión de Iraq, se puede decir que los planes de EEUU han fracasado. El precio del barril de petróleo supera los 140 dólares y en la OPEP hay marejada de fondo sobre la necesidad o no de introducir otras monedas, como el euro, en las transacciones financieras petrolíferas. Mientras países amigos de los EEUU como Qatar, los Emiratos Árabes Unidos o el mismo Kuwait están reduciendo el nivel de sus reservas monetarias en dólares e incrementando el porcentaje de sus reservas en euros (4), sólo los saudíes e iraquíes se mantienen fieles a la moneda estadounidense.
En Oriente Medio hay una situación de fragilidad que preocupa a los principales ideólogos estadounidenses, fragilidad acentuada desde que en el verano de 2006 el movimiento político-militar libanés Hizbulá derrotase a la hasta entonces todopoderosa máquina de guerra israelí. Pensadores como Patrick Clauwson o Michael Klave sostienen que EEUU, si quiere mantener su dominio en Oriente Medio debe preservar a Arabia Saudí de la inestabilidad puesto que este país posee el 22% de las reservas mundiales de petróleo. Hay otros más radicales, como Zbigniew Brezinski, ex Consejero de Seguridad Nacional, y Richard Haas, asesor de George Bush, que consideran que ha terminado el dominio estadounidense en Oriente Medio y que ha empezado una nueva era. Estos dos últimos personajes, por diferentes caminos, coinciden en señalar que “una nueva era ha comenzado en la historia moderna de la región (…) en la que la hay que tener en cuenta la preponderancia de las fuerzas locales léase países frente a los actores externos las potencias tradicionalmente influyentes, como los EEUU” (5).

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