sábado, 23 de febrero de 2013

El socialismo utopico


Socialismo utópico o primer socialismo es un conjunto heterogéneo de doctrinas de reforma social, previas al auge del siglo XIX como respuesta a los serios problemas que acarreaba el triunfo del industrialismo y el liberalismo en Europa.
Los representantes más destacados de esta corriente son Robert Owen en Inglaterra, y Henri de Saint-Simon, Charles Fourier y Étienne Cabet en Francia. Algunos rasgos comunes se pueden encontrar también en las corrientes insurreccionalistas de Graco Babeuf, Filippo Buonarroti y Auguste Blanqui.
Las diferentes corrientes del socialismo utópico se disolvieron o se fueron integrando al vasto movimiento socialista hegemonizado desde la Asociación Internacional de Trabajadores (1864-1876) por las ideas de Marx y Bakunin. Pero dejaron una impronta significativa, en particular en el cooperativismo, la socialdemocracia, el movimiento hippie, el capitalismo de estado, el ecologismo, el feminismo, las eco-aldeas y el socialcristianismo.

Antecedentes del socialismo utópico

Hasta el siglo XIX, el utopismo estuvo confinado a elucubraciones filosóficas o literarias. Se puede comenzar en la concepción del paraíso perdido, en la Biblia cristiana, hasta la Edad de Oro en la mitología griega y romana. Pero a menudo se señala a La República, de Platón, como el primer planteo literario-filosófico de una comunidad ideal.
Ya hacia el Renacimiento, Tomás Moro escribe su famosa novela Utopía (1516), que inventa el término que nombrará a esta corriente del socialismo (U=sin/topos=lugar). Otras utopías literarias son La ciudad del sol (1602), de Tommaso Campanella; Código de la naturaleza (1755), de Morelly; Foción (1763), de Gabriel Bonnot de Mably.
Cuando el momento de auge del socialismo utópico había sido superado, volvió a frecuentarse el género de la utopía literaria. Se pueden citar Looking backward (1884), de Edward Bellamy, conocida en castellano como El año 2000; News from nowhere o Noticias de ninguna parte (1890), de William Morris; La ciudad anarquista americana (1914), de Pierre Quiroule; Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista (1908), de Julio Dittrich, entre otros.
El final de las colonias utópicas

El principal obstáculo para la creación y consolidación de las comunidades utópicas consistía en buscar una convivencia perfecta en medio de un mundo basado en valores completamente diferentes. Es decir que esas comunidades no pudieron evitar los desfasajes entre el interior (valores morales) y el exterior (valores mercantiles). En el interior mismo, la educación de los colonos respondía habitualmente a los valores cuestionados. Los problemas, enumerados por Pierre-Luc Abramson, fueron diversos:
Disidencias filosóficas entre los impulsores, lo cual podía llevar a rupturas previas a la fundación. Las colonias generalmente necesitaban una fuerte inversión inicial, y los capitalistas solían tener prioridades diferentes a las de los ideólogos.
Conformación de camarillas con intereses o ideas diversos en el interior de la colectividad.
Personalismo de los líderes o comportamientos de estos que no lograban cohesionar al grupo.
Hostilidad del medio natural, dificultad de adaptarse a una vida lejos de la civilización urbana, lejanía de los medios de comunicación, lluvias, sequías, etc.
Problemas económicos: baja rentabilidad de las actividades, necesidad de contratación de mano de obra (con la consiguiente diferenciación salarial), exigencias impositivas del Estado receptor, necesidad de dinero en efectivo. Algunas colonias crearon un "dinero interno" que pronto se adaptó a la circulación del dinero oficial (convirtiéndose en dinero bastardo), sufriendo sus mismos avatares.
Las herencias del socialismo utópico

El grupo fourierista, tras la muerte del maestro en 1837, siguió empeñado en la creación de falansterios durante todo el siglo XIX. Algunos se crearon, sobre todo en América, pero todos fracasaron a los pocos años. El nuevo líder del fourierismo, Victor Considerant, llevó al grupo francés a una participación política más decidida y llegó a ser elegido diputado.
La herencia de Fourier fue retomada, en parte, por Pierre-Joseph Proudhon, quien tomó de su antecesor la idea de trabajo atractivo y una concepción individualista y artesanal del trabajo social.
El owenismo en Inglaterra pronto ganó adeptos entre los primeros sindicatos de los años 30 y fue uno de los grupos que participó de la dirección del cartismo, sector que agrupó al movimiento obrero inglés desde 1836.
Los icarianos de Cabet fueron uno de los grupos más activos en Europa en favor de la creación de colonias perfectas. Lograron construir diversas colonias en América, pero casi todas fracasaron económicamente y su llama se extinguió a fines de siglo.
El sansimonismo, tras la muerte del maestro en 1825, se convirtió primero en escuela, luego en religión y, tras la revolución de 1830, en una especie de mezcla de partido político y secta religiosa. En esos años tuvo un enorme éxito entre los obreros de Francia, pero la escisión de 1832 y la posterior persecución estatal del grupo hicieron desaparecer todo vestigio de organización.
El sector más «industrialista» del sansimonismo se integró a la burguesía francesa, tras las propuestas de grandes industrias estatales. Los hermanos Pereire fundaron el banco más grande de Francia, otros fueron funcionarios del ferrocarril francés, propusieron la construcción de los canales de Suez y de Panamá, colaboraron con la colonización de Argelia, etc. El sector más «obrerista» (los «productores» de Saint-Simon) se integró de diferentes maneras a la lucha política de su tiempo: Louis Blanc teorizó sobre la «organización del trabajo» y la creación de talleres nacionales y estuvo en el gobierno surgido de la revolución de 1848; Pierre Leroux (creador de la palabra «socialismo») escribió diversas obras sobre un socialismo humanista; Eugenie Niboyet y Pauline Roland militaron en favor de la emancipación de la mujer; Philippe Buchez desarrolló el cooperativismo y ayudó a poner en pie un diario escrito exclusivamente por obreros, L’Atelier; Flora Tristán abogó por la unidad de la clase obrera y teorizó sobre la opresión de la mujer.
El sansimonismo se extendió a otros países. Influyó en Garibaldi y Giuseppe Mazzini, de Italia; en Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, de la naciente Argentina; en el joven hegeliano Moses Hess, quien intentó hacer una síntesis entre Saint-Simon y Hegel y a la vez convenció de la necesidad del comunismo a su amigo Friedrich Engels.
En España tuvieron cierta influencia las ideas de Fourier y de Cabet, en los años 30 y 40 del siglo XIX. Se puede nombrar a Joaquín de Abreu y Orta, Manuel Sagrario de Veloy, Francisco José Moya, Fernando Garrido y Sixto Cámara. Entre los icarianos, Abdón Terradas, Narciso Monturiol, Anselmo Clavé y Ceferino Tresserra.


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